Revelación

De esas paredes de inmaculada monotonía, ya estaba cansado. Comenzó a pintar en ellas notas musicales, pianos y guitarras. Y esa suave expresión bastó para reventar los cordeles con los que ataba el alma.

Una mañana dibujó una gran ventana, y el alféizar se fue poblando de petirrojos, herrerillos, calandrias y uno que otro pechiazul. Ya no pudo cerrarla. No pudo. No quiso.

Con tan creciente alegría le nacieron alas y echó a volar. Lejos. Más allá de la piel.

Pretextos para no cocinar

“Sistema abrefácil, qué buen invento”, pensó. Y le dio un trago más a su bebida antes de seguir reuniendo los ingredientes para preparar el espagueti.  “Pues bien, manos a la obra”.

Tomó una de las latas de sardinas y al comenzar a abrirla se escurrió un hilo acuoso de color negro. Intrigada, Emilia abrió un poco más la lata. Del interior, saltó un pulpo gigante bañado en tinta queriendo escapar de un tiburón que reclamaba el banco de sardinas que le había robado.

Como es bien sabido, uno nunca debe meterse donde no lo llaman. Así es que Emilia se quitó el delantal, fue por su bolso y avisó a sus hijos que los esperaría en el coche porque esa noche cenarían fuera. Este era el mejor momento para conocer el menú de “La luciérnaga carmesí”. En otra ocasión, tal vez sea bueno aprender a guisar pulpo.

«… quiero volver a la vida»

Lo vieron pasar como una ráfaga. Parecía que nada frenaría su desesperada carrera, excepto aquel inoportuno poste contra el cual fue a estrellarse.

Más de cinco personas, entre sorprendidas y asustadas, corrieron a auxiliarlo, pero él rechazó cualquier intento con sus brazos heridos. Aunque tambaleaba, era evidente que le urgía escapar de algo, no sabían de qué. Fue entonces que no pudo más y estalló en llanto. El cuerpo poco a poco se le fue venciendo hasta caer de rodillas, derrumbado totalmente por algún enorme pesar.

Acabó en posición fetal y balanceándose como un niño que intenta arrullarse a sí mismo. Musitaba entre sollozos: “quiero volver a la vida, pues su silencio me está desangrando”. Sin embargo, tenía toda la actitud de derrota.

No pasaron ni diez minutos cuando una legión de seres amorfos y alados le dio alcance al fugitivo.

De sobra está decir que nunca se volvió a hablar de aquel desliz que tuvo el diablo, incluso algunos ya lo olvidaron. (Escrito por Tessy Cifuentes)