Mirando mundos secretos

Desde que yo compartiera en Facebook algunos de los cuadros que me gustan, una amiga recién me dijo que ella me relacionaba con uno de Edward Hopper: “Compartimento C, coche 193”. Como a ella le gusta el arte, es su manera de evocar a las personas. Y pienso que es un bello modo de hacerlo.

compartimento c, coche 193 - Edward Hopper
Compartimento C, coche 193 – Edward Hopper

No es el único cuadro que me gusta de este pintor estadounidense, pero éste en particular me atrae por distintas razones. La principal es el silencio que parece envolver a la mujer del cuadro, única protagonista. Viaja sola. Viaja. Es probable que alguien la espere en algún lugar. Al parecer soledad y silencio son transitorios, pues no hay ningún asomo de inquietud.

Lee. Bien puede ser una revista o una guía turística. Si se tratase de la segunda, quizá se deba a que continúa planeando su viaje para no dejar a la suerte la travesía entera. ¿Será para ahorrarse molestias o para aprovechar lo mejor posible el tiempo? Entonces leer se convierte en algo así como vislumbrar el futuro a la luz de la serenidad. Tal vez empieza a saborearlo.

Pero también hay mucho para disfrutar del otro lado de la ventanilla. Es otro tipo de lectura. El paisaje lleva rato corriendo tras el cristal y ella aún no lo mira. No puedo juzgarla, ni siquiera interrumpirla con mi perspectiva. Abstraerse en su lectura pudiera ser su modo de entender el sosiego y el paisaje sea sólo la metáfora del pasado que ella no quiere mirar por ahora. Yo sólo soy quien observa, o una más de las personas que lo hacen, y debiera ajustarme al silencio que impera. Se antoja recrear diálogos, traer a colación a posibles personas en su vida, pero seguramente estaría trayendo las mías. Aquí lo que interesa es que ella sea la que hable. O la que calle.

Por último, acentuaré la sobriedad del cuadro en sus formas, en el número de elementos y de colores. Eso es algo que también me agrada de él. Pone el pretexto justo para descansar, incluso del ruido visual al que estamos acostumbrados. La obra y yo nos hacemos una misma en el color verde que predomina. Soledad, silencio, sencillez. Por hoy, éste es mi viaje.

Desde aquel día

Trae la soledad en la esquina de los ojos, húmeda de recuerdos. Su soledad de siempre. La misma que empolva a la muñeca de porcelana que le mira compasivamente en aquella mesita de la sala de estar.

Alguna canción triste suena mientras la monotonía se desliza por los rincones. Todas las tardes, la nostalgia le muerde el corazón. El tiempo: mudo testigo. ¿Cuánto más…?