Con el cementerio en la mano

No quedaba nada del palimpsesto. Ni por palingenesia podríamos recuperarlo. Todos nosotros paliqueábamos para encontrar algún modo alrededor de una mesa de palisandro. “Esto es una pampirolada, una pampringada. Parecemos pancraciastas de la necedad. Montémonos en un pangaré y larguémonos de aquí”, espetó el más joven del grupo

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De piel esquistosa, mirada esquiva y un tanto esquizofrénica. Le gusta atar con estacha el estafiate y la estafisagria, porque según él hacen buena mezcla para el té que cure su estangurria. Es un estanquero estantiguo, que sufre de esteatopigia severa. De voz estentórea y mente estólida. Pero eso sí, de cantar simpático, como un estornino.

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Papel vergé verdoso donde escribes con verbos vergonzosos las verdades de ese verraco verriondo, vestiglo veteado de tus pesadillas en la vejez.

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 Sí, adivinaron. Estoy leyendo nuevamente Rayuela de Julio Cortázar. Me he concedido unos momentos de descanso (recreo, si queremos usar términos escolares de la infancia) y he salido a jugar con la pluma y el papel dejando que el azar se asome a mi cementerio. Qué otra cosa podría ocurrírseme ¿verdad?

Por si alguien no ha leído esta novela, en el capítulo 41 descubrimos que los juegos en el cementerio se refieren al diccionario de la Real Academia Española. El mío, por cierto, ya está muy destartalado con tanto uso. Incluiré uno en mi próxima carta a los Reyes Magos, jeje.

Elijo…

Si realmente les interesa lo que voy a contarles, probablemente lo primero que querrán saber es dónde nací, y lo asquerosa que fue mi infancia, y qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y a todas esas gilipolleces estilo David Copperfield, pero si quieren saber la verdad no tengo ganas de hablar de eso.

La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue también la última que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que ella era eso, su mujer, y yo era en cambio una desconocida y jamás había cruzado con él una palabra.

A través de la cerca, entre los huecos de las flores ensortijadas, yo los veía dar golpes. Venían hacia donde estaba la bandera y yo los seguía desde la cerca.

Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes de que se encendiera la señal roja.

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Los que me conocen bien pensarán: ¿de qué diablos habla Tessy?(mil disculpas si les causé algún disgusto).  Los que conocen las siguientes novelas: El guardián entre el centeno (J.D. Salinger), Los enamoramientos (Javier Marías ), El ruido y la furia (William Faulkner) y Ensayo sobre la ceguera (José Saramago) se habrán dado cuenta de que se trata justamente del inicio de cada una de ellas, citadas en ese mismo orden en los primeros cuatro párrafos de esta entrada a mi blog. Y es probable que los puristas hayan puesto el grito en el cielo porque no incluí las comillas para indicar que son palabras escritas por otras personas; lo hice deliberadamente como parte de un juego. Digamos que es como si los hubiera puesto a charlar y yo quería ver cuál era el más desinhibido o el más interesante a la hora de presentarse.

Tal vez se me antoje volver a hacerlo, cuando esté indecisa en qué leer; así que no se alarmen si vuelven a ver algún primer párrafo que parezca no tener razón de ser. A la hora de leer y de escribir siempre es bueno espabilarse un poco.

Y se los comparto porque uno de ellos formará parte del apetecible conjunto que devoraré durante el verano. Sólo uno, ya que se ha vuelto tradición familiar que, durante las vacaciones, lea cuatro o cinco libros que me recomiende mi hijo. Es un hecho que en su lista está el tomo 3 de Fablehaven (Brandon Mull) y está ejerciendo presión para que también lea el 4; veremos si lo logra 😉

Cien años de soledad

Hay libros que uno puede leer varias veces a lo largo de la vida sin sentir un mínimo asomo de aburrimiento. Por el contrario, parece como si en cada nueva lectura algo desconocido aconteciera, algo que fuera expuesto a luces distintas. Me dirán que es debido a la madurez personal y/o a la madurez lectora, o al deseo de ver con mayor detalle y claridad a algún personaje en particular, o a las vivencias que modifican nuestros criterios conforme transcurren los años; en fin, muchas circunstancias que nos permiten ver con otros ojos aquello que en un primer momento disfrutamos. Un libro es tan infinito en sus posibilidades…

Bueno, pues ayer inicié la relectura de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. El autor ha sido tan mencionado en estos últimos días, con motivo de su 85 aniversario, que me pareció de lo más natural querer echarle un vistazo nuevamente a este libro que se volvió uno de mis consentidos. Sea, pues, mi modo de unirme al festejo de este entrañable escritor.

Y hay una frase, justo en la primera página, muy ilustrativa del ánimo con el cual me gusta acercarme a los libros (o a casi todo en la vida). García Márquez escribe: “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. Desde ayer ando así, desmemoriando lo leído para volver a nombrarlo.

Literatura para compartir en familia

Jamás imaginé que me pudiera gustar la literatura fantástica infantil. Todo fue que llegara a mi vida un hijo para empezar a descubrir al lado suyo todas estas historias de seres alados, duendes y demás criaturas mágicas y extrañas a nuestro mundo real, o por lo menos ajenas al mundo de los adultos ya que los niños y los púberes parecen moverse en una dimensión distinta a la nuestra.

No voy a decir que me he convertido en una fan empedernida, no. Pero hay ciertas historias que he aprendido a disfrutar y a esperar con verdadero interés cuando se tratan de varios volúmenes. La que ahora me tiene ocupada es Fablehaven, del escritor estadounidense Brandon Mull.

Si están pensando en regalarles a sus hijos un libro entretenido de principio a fin, donde la imaginación corra libremente a través de sus páginas y los atrape desde la primera aventura, ésta es sin duda una de sus mejores apuestas.

¿Demasiado adultos para leerlo? Lo dudo. Puede ser una muy buena opción para compartir en familia.