¿Quién rechaza un regalo?

Es casi inimaginable ¿verdad? Podremos incomodarnos un poco, tal vez, pero rechazarlo no es lo común.

Bueno, pues durante las fiestas navideñas tuve una ligera sensación como si hubiera rechazado no uno sino varios regalos.

Suelo reflexionar durante esta época del año, pero tengo que admitir que la viví un tanto superficialmente, por primera vez en mucho tiempo. ¿Mi pretexto? Algunos compromisos por aquí y por allá; algunas prisas para poder cumplir con ellos; algunos despistes también.

Disfruté, eso sí, del encuentro con la gente, especialmente con aquellas personas que tenía mucho tiempo de no ver o con aquellas a las que la actividad diaria no me permite dedicarles más allá de unos cuantos minutos. Y cuando digo disfruté es porque lo hice en grande, todo un agasajo. ¿Fue malo dedicar tanto tiempo a la “vida social”? Seguramente no o no del todo, si consideramos que estaba encontrándole un saborcito sospechoso a la soledad que toleré en los últimos dos meses del año. No entraré en detalles de los porqués, basta y sobra con que yo los tenga bien identificados para trabajar en ello.

Y así, diciembre transcurriendo locamente, las tiendas recordándome con su decoración y sus “tentadoras ofertas” que la Navidad ya estaba en puerta… era como dejarse llevar sin reconocer el verdadero sentido de estas celebraciones, al menos para mí que creo en Jesús, Él que es luz hecha esperanza.

Pero justamente, con todo y este corazón ruidoso, ese hermoso niño me sorprendió con su ternura silenciosa. Ahí estaba el Dios encarnado, tiritando en mi frío, deslizando en mi interior algo que ya había escuchado varias veces en medio del trajín.

Aunque para mí hayan sido varios días de dispersión, él conocía el momento oportuno para atraer mi atención. Tal vez fue algún pensamiento fugaz anhelando su llegada, tal vez fue ese poco de buena voluntad que no muere por mucho que sea el ruido del mundo, tal vez fue el recuerdo alegre e inevitable de las navidades de la infancia o tal vez fue una mirada instintiva hacia el cielo. Lo importante es que lo llevo cerquita del corazón, alumbrando.

Y aquí estoy, estrenando un nuevo año con un punto hacia el cual mirar y hacia el cual dirigir mis pasos.

Espero que todos ustedes estén viendo con el mismo optimismo y alegría este nuevo año. Que Dios bendiga sus hogares, sus corazones, cada uno de sus planes, los esfuerzos por lograrlos y todo lo que sea aprendizaje.

¡Feliz 2013!

Preparando la tierra

Cantar, a veces con la voz, a veces con la palabra escrita, pero siempre desde el alma. Cantar desde un árbol, éste que ahora les presento, e ir descubriendo las grietas y asperezas en su tronco y en sus ramas, las distintas tonalidades de verde en sus hojas, las variaciones en la luz que inundará de fiesta sus flores.

Vivir… cantar… escribir… contar.