No lo sé

Sin título

No sé cómo es que decidí hacer una pausa tan grande, no lo sé. Sé qué la propició y, de algún modo, sé que fue un acto de rebeldía como respuesta a ese acontecimiento. No estoy segura de si rebeldía es la palabra que mejor lo describe, basta con saber que mi decisión fue enmudecer… o partir . Y creo que me alejé lo suficiente.

Crucé desiertos; viajé anónima. Me hice de nuevos silencios y escuché otras voces para no regresar con las manos vacías.

No recuerdo cuántas lunas acompañaron mi silencio, ni cuántos soles entibiaron mi cabeza y mi corazón. No los iba contando.

No sé qué viernes o qué lunes ya quería traerme de vuelta. Y heme aquí.

A veces, las penas que nos alejan siguen ahí; ahora hay que mirarlas con otros ojos. Al menos, yo así voy a mirarlas. Tal vez ya tocaron todo lo que debían haber tocado y ahora buscan acomodo entre todas las cosas vistas y oídas durante la ausencia, entre las nuevas ocupaciones y los nuevos deseos.

Regresé porque, de pronto, todo me pareció extraño; porque el mañana se asomaba todos los días a alborotar mis ideas y mis conformismos. Y aquí estoy, caminando de nuevo lentamente.

Es probable que también me haya hecho regresar el miedo a  no reconocerme.


Crédito de la fotografía:
dell’Orologio (detalle)
Fotografía de kukudrulu

 

Silencio-fuego

Nunca el silencio había sido tan asfixiante. La infausta noche desciende amarga y lenta. Fluye como si fuera un río pesado de petróleo.

Intento no llorar para no perturbar el sueño de los inocentes.

Cada lágrima se vuelve lava; cada rezo, cuchillas de obsidiana.

Aprieto los ojos a sabiendas de que el sueño se esfumó unas horas antes.

Aprieto los ojos y aprieto los brazos. Esta vez no hay esperanza a la cual asirse. Aprieto porque no hay más nada que hacer. Aprieto el vacío, aunque realmente aprieto la vida, la otra, la verdadera. Aprieto mi nada.

Hoy, un padre y una madre esperan con dolor. Hace frío y el silencio quema.

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Nuevos significados

Quería pasar las vacaciones de invierno disfrutando de la calma y el silencio y hasta me programé para que los compromisos sociales no dieran al traste con este anhelo. Sin más ni más,  alguien decidió destruir las dos casas contiguas a mi edificio para construir sepa Dios qué cosa. Adiós silencio, adiós calma. Y de paso, adiós muebles libres de polvo.

Y yo que me alejé de los centros comerciales y del tráfico citadino para ahorrarme el estrés que me producen los tumultos, más si toda esa gente lleva consigo cualquier cosa (superficialidad, por ejemplo) excepto espíritu navideño. Quise poner distancia con el ruido, con el mucho ruido, y me agazapó justo al lado del hogar.

Y aquí estoy viendo qué hacer con el deseo frustrado.

Respiro hondo. Me preparo una taza de té. Ni siquiera intento poner música, sería imposible escucharla; barullo nada más.

Intento no encresparme, en verdad que lo intento. Algo provechoso puede salir de todo esto. Logro finalmente un rato de meditación. No todo está perdido. Consigo mirar más allá.

¿Y si esta irrupción trajera aunque sea una pizca para reflexionar? A final de cuentas, fue un año ruidoso. Tal vez yo tenga que deconstruir algo. Eso sí, no creo que con la misma prisa con la que trabajan al lado.    24 de diciembre es día de trabajo para ellos, tristemente.

Oigo los fuertes golpes, su furia; los cristales romperse; lo que es metálico retumbar. En ratos se oye caer algo con gran estruendo. Por muy sólidas que sean esas casas, los trabajadores van encontrado puntos débiles. Es probable que no haya sido difícil hallarlos.

Vuelvo la mirada y el oído hacia mí. Todavía no escucho el estrépito en mi interior; aún es demasiado pronto. Sin embargo, sí hay una especie de escalofrío tras el primer mazazo. Estos serán días para pensar en lo que quiero edificar. En esta Navidad, el verbo nacer traerá nuevos significados. El día ya tiene otro color.

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Mirando mundos secretos

Desde que yo compartiera en Facebook algunos de los cuadros que me gustan, una amiga recién me dijo que ella me relacionaba con uno de Edward Hopper: “Compartimento C, coche 193”. Como a ella le gusta el arte, es su manera de evocar a las personas. Y pienso que es un bello modo de hacerlo.

compartimento c, coche 193 - Edward Hopper
Compartimento C, coche 193 – Edward Hopper

No es el único cuadro que me gusta de este pintor estadounidense, pero éste en particular me atrae por distintas razones. La principal es el silencio que parece envolver a la mujer del cuadro, única protagonista. Viaja sola. Viaja. Es probable que alguien la espere en algún lugar. Al parecer soledad y silencio son transitorios, pues no hay ningún asomo de inquietud.

Lee. Bien puede ser una revista o una guía turística. Si se tratase de la segunda, quizá se deba a que continúa planeando su viaje para no dejar a la suerte la travesía entera. ¿Será para ahorrarse molestias o para aprovechar lo mejor posible el tiempo? Entonces leer se convierte en algo así como vislumbrar el futuro a la luz de la serenidad. Tal vez empieza a saborearlo.

Pero también hay mucho para disfrutar del otro lado de la ventanilla. Es otro tipo de lectura. El paisaje lleva rato corriendo tras el cristal y ella aún no lo mira. No puedo juzgarla, ni siquiera interrumpirla con mi perspectiva. Abstraerse en su lectura pudiera ser su modo de entender el sosiego y el paisaje sea sólo la metáfora del pasado que ella no quiere mirar por ahora. Yo sólo soy quien observa, o una más de las personas que lo hacen, y debiera ajustarme al silencio que impera. Se antoja recrear diálogos, traer a colación a posibles personas en su vida, pero seguramente estaría trayendo las mías. Aquí lo que interesa es que ella sea la que hable. O la que calle.

Por último, acentuaré la sobriedad del cuadro en sus formas, en el número de elementos y de colores. Eso es algo que también me agrada de él. Pone el pretexto justo para descansar, incluso del ruido visual al que estamos acostumbrados. La obra y yo nos hacemos una misma en el color verde que predomina. Soledad, silencio, sencillez. Por hoy, éste es mi viaje.