Silencio-fuego

Nunca el silencio había sido tan asfixiante. La infausta noche desciende amarga y lenta. Fluye como si fuera un río pesado de petróleo.

Intento no llorar para no perturbar el sueño de los inocentes.

Cada lágrima se vuelve lava; cada rezo, cuchillas de obsidiana.

Aprieto los ojos a sabiendas de que el sueño se esfumó unas horas antes.

Aprieto los ojos y aprieto los brazos. Esta vez no hay esperanza a la cual asirse. Aprieto porque no hay más nada que hacer. Aprieto el vacío, aunque realmente aprieto la vida, la otra, la verdadera. Aprieto mi nada.

Hoy, un padre y una madre esperan con dolor. Hace frío y el silencio quema.

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¿Y si la muerte…?

¿Y si la muerte de un ser querido es quien visita la aparente tranquilidad de nuestras vidas?

A veces nos vamos preparando cuando esa persona, tan especial para nosotros, ya disfruta de los años dorados de la vejez, o bien transita por el penoso y largo camino de la enfermedad, de manera que esa visita ya no nos causa tanta sorpresa. Otras veces es tan inesperada como impertinente.

Mi familia y algunos amigos están viviendo ese duelo; cada quien el suyo, cada quien sus circunstancias, cada quien sus recuerdos, cada quien sus tristezas. Más doloroso entre más cercano el lazo de consanguinidad o de amistad, definitivamente.

No podría decir con precisión cuál es mi estado de ánimo, lo que sí es un hecho es que he tenido algunos días para reflexionar. Es lo menos que podía suceder en mí con tanto acontecimiento de este tipo alrededor mío.

Cada uno de esos decesos me ha puesto a dialogar con la vida, me ha obligado a hacerme algunas preguntas. ¿Cómo son mis relaciones con la familia, con los amigos, con la gente que trato con frecuencia? ¿Quién soy yo y quién dije que quería ser? ¿Le hago caso a mis sueños o estoy en deuda con ellos? ¿Cuál es mi verdadero motor? ¿A qué le doy importancia?

Es cierto que ya no quisiera pensar más sobre el asunto y, por ahora, quedarme con lo reflexionado. Permitir que las respuestas –si las hay- tracen algo; hacer las paces entre mis certezas y mis dudas; dejar que me inunde también el silencio.

En alguna ocasión leí: “Ante la muerte, nos vemos confrontados con lo que no hemos vivido.  (…) Si tengo la impresión de que no he vivido realmente, no tengo que empezar a hacer todo lo que no he hecho; pero nunca es demasiado tarde para que empiece a vivir y deje mi huella en este mundo”. Palabras de Anselm Grün que me vienen bastante bien en este momento.

Y así, poco a poco, hasta que mi idea y mi actitud ante la vida y la muerte se transformen lo suficiente.