¿Una más que desaparece?

Créditos de la foto: Discarded (de Tim Haynes)

Puede llegar el día en que una desaparezca.  No lo estaba buscando, no quería, pero se cruzó en su camino alguien que tenía las peores intenciones hacia ella, alguien con la rabia potenciando sus actos, alguien con la animalidad a flor de piel, alguien con corazón de garra.

Ella desaparece de golpe y no. Sus seres queridos se movilizan para encontrarla, la adrenalina y la angustia son buen combustible. Pero también están aquellas pequeñas cosas que se hacen las encontradizas y que aparecen para incendiarlo todo: el alegre baile matutino que se esconde en alguna canción, el último comentario gracioso tras algún despiste, la fruta sobre la mesa, su opinión sobre los acontecimientos actuales, su flor favorita, la mancha de café en el plato, la discusión sobre a quién le tocaba hacer la compra.

Pasan los días y ella no vuelve. Todo grita cada vez con más dolor: el baile, la canción, el despiste, la fruta, las últimas noticias, las flores, el café, la compra, la discusión. Y la rabia y el llanto y otra vez la rabia, así hasta que el corazón se sienta más como un recipiente vacío, vacío de ella y poco a poco vacío de todo.

Puede llegar el día en que una mujer desaparezca o nueve, trescientas o mil. En México, esa es la aterradora realidad avivada por un gobierno que no hace todo lo posible porque ya no suceda; un gobierno que se autonombra feminista y todos sus actos e intenciones son precisamente ajenos a que las mujeres vivan libres y seguras en este país; un gobierno que no escucha y se oculta tras una valla metálica; un gobierno que extiende y quita ayudas a su antojo para que ellas no crezcan; un gobierno zancadilla.

¿Sin ánimo de pasar la página?

Qué ironía: vivir un nuevo aniversario, no cualquiera, en un contexto donde se respira guerra. Como ya sabemos, hace 12 años Estados Unidos sufrió cuatro ataques perpetrados por aviones comerciales secuestrados por terroristas de Al Qaeda(dos contra las Torres Gemelas, otro contra el Pentágono y un cuarto que fue desviado del objetivo y terminó estrellándose en campo abierto en Pensilvania).

Año tras año se realizan ceremonias para recordar tan terrible suceso. De qué sirve todo ello si vamos a seguir negándonos el regalo de la paz. Parece que no logramos entender que ésta es un bien impostergable por el que vale la pena unir esfuerzos, en todos los ámbitos de la vida.

Hoy se habla de Siria, y mucho. Los argumentos y estrategias para la preservación de la paz, según los que se han autonombrado salvadores, hacen corto circuito en mi cabeza. Francamente, no entiendo cómo es que al responder con más violencia y aumentar el número de muertos y tribulaciones van a resolver todo conflicto. En verdad, ¿tenemos que tragarnos ese cuento? Después qué ¿los miles de muertos inocentes van a revivir? ¡Dios mío! por qué no nací en Marte. No entiendo la lógica de este mundo.

En fin, éste es uno de los acontecimientos que la necedad y la furia de unos cuantos le han impuesto a la humanidad. Sólo lo expongo para contarles de un libro que leí hace un par de meses: “El hombre del salto”, de Don DeLillo. Narra la historia de un hombre que sobrevivió al atentado de las Torres Gemelas. En paralelo, conocemos también la historia de su esposa, de quien se había separado y volvían a unirse tras la catástrofe.

Confieso que me confundí varias veces por la alternancia de voz entre los personajes. Fue mi primer acercamiento a este autor, así que desconozco si me sucederá lo mismo cuando lea alguna otra de sus obras.

Mi lectura fue con el corazón constantemente acongojado, percibiendo la soledad y el sinsentido en que vive la pareja protagonista. Pareciera como si DeLillo quisiera que reconstruyéramos la propia vida o lo que queda de ella. Por dónde empezar, por qué hacerlo. O si evadirnos al no saber qué hacer con eso que nos queda. Poco a poco, los protagonistas se meten en la piel del lector.

Cuántos eventos nos pueden dejar varados en la vida, y no necesariamente tienen que ser así de funestos.

Sorprendida nuevamente, busqué los videos en Youtube sobre lo ocurrido aquel 11 de septiembre del 2001. Lloré lo suficiente. Cuesta creer la violencia de la que es capaz el ser humano; cuesta también entender los posibles motivos para atrocidades como esa.

Uno cree saber cuáles son los sentimientos, pasados y presentes, de aquellos que sobreviven a algún desastre, y sus familiares. Por muy empáticos que seamos, es por demás difícil acercarse, aunque sea un poco, al dolor encarnado y cierto de toda esa gente.

Sería bueno que ninguna de esas calamidades nos deje indiferentes; que al menos nos haga pensar en lo que podemos hacer desde nuestra circunstancia para que no se fracture la paz.

Calaveras literarias

Entre las cosas que me gusta hacer en el Día de Muertos están las tradicionales calaveritas literarias. Casi siempre escojo el personaje al azar y hoy no fue la excepción. Aquí les comparto el resultado de ayer.

Guillermo del toro

Hoy la flaca tiene miedo.

Decirlo no es poca cosa,

por eso lo digo quedo,

ya que no siempre es  pomposa.

Le suenan huesos y dientes

como un par de castañuelas,

es como un ruido viviente

que repica sin cautela.

Normalmente no rezonga

cuando tiene algún mandado,

incluso hay canto y milonga

y trabaja con cuidado.

Desde ayer ha estado arisca,

además de asustadiza,

por tratarse de un artista

que a los monstruos corporiza.

No quiere que la conviertan

en una horrible quimera

aunque también desconcierta

que aplausos y fama espera.

Tal vez sea el interés

mucho más que la pavura,

y en este mundo al revés

quiera perder hermosura.

¿Actuará por convicción?

¿o será una triste argucia?

¿Entenderá que es ficción?

O no se fija en minucias.

Guillermo del Toro aguarda

sin siquiera sospechar

que a tan sólo una yarda

la muerte pueda encontrar.

(Escrito por Tessy Cifuentes)

Festejar a la Madre Tierra todos los días

 ¿Queremos festejar el Día de la Tierra? Muy bien, pero que no se quede nada más en una mención en el Facebook o en el Twitter. Démosle un respiro diario a nuestro hermoso planeta (y que conste que lo subrayé).

Elijamos por lo menos una acción con la que queramos comprometernos todos los días,  algunas son muy básicas y pueden ser llevadas a cabo sin ningún problema: desconectar de la corriente eléctrica los aparatos que no utilicemos;  cerrar la llave del agua mientras nos enjabonamos a la hora de bañarnos (cerrarla también mientras nos cepillamos los dientes); usar el transporte público, compartir el automóvil o caminar; sustituir las bolsas de plástico por bolsas de tela para empaquetar los víveres que compramos; utilizar la otra cara de las hojas impresas; consumir más vegetales que carne. Y una vez que consigamos hacerla un hábito, demos un brinco para hacernos de otro más.

Como ven se trata de ser más responsables con nuestro consumo. Al parecer estamos demasiado pendientes de nuestra comodidad, creemos que todo está a nuestro servicio y que cualquier cosa es inagotable. Es hora de ser más modestos y de darnos cuenta de que somos una pequeña parte de algo mucho más grande: todo un mundo poblado de vida.

Este fragmento del poema “Nostalgia de la Tierra” de Elías Nandino queda bastante bien:

“Soy tuyo, madre tierra:

me invade el parentesco

inevitable y hondo

de tu ritmo en mi sangre (…)”