Asombrarse con la vida

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La vida es vida. Esas palabras me daban vueltas en la cabeza en los días previos a mi cumpleaños. La vida es vida.

Justo el día anterior a celebrarlo quise como regalo principal un momento de oración ante el Santísimo. Iba con toda la disposición de escucha, con el corazón cargado del deseo de abrirle un espacio a la novedad en este nuevo año de vida. Iba con ganas de asirla, de dejar que la vida sea vida. Y sé que Dios me hizo un guiño porque el tema que había preparado el equipo, para facilitar el espacio contemplativo, era: Reinventar la vida. “Bueno, Tessy, querías novedad, a reinventar se ha dicho”.

Siendo yo una persona que pone especial atención a las palabras y a los signos, no podía desperdiciar la oportunidad de llevarme aunque fuera una pequeña lucecita ante tremenda coincidencia. Después de una hora de recogimiento, dos frases -tareas- me llevé anotadas: “Que vivamos con mayor goce esos momentos que dan un verdadero sentido a nuestra vida” y “Nada se hace tan inconscientemente como el morir. Basta con no hacer nada, basta con no asombrarse, basta con habituarse…” (esta última descubro que es de un texto de Carlos G. Vallés, SJ).

Quietud en la noche, quietud en el corazón. Gratamente sorprendida. Cumpleaños en puerta.

 

Y continuarían las sorpresas. Ese día amanecimos con lluvia, en pleno invierno. Evidentemente, el frío estaba a todo lo que daba. “Bueno, pues que el clima no me atormente”, pensé. El apapacho y las mañanitas cantadas por mi hijo y el cariño de las amigas con las que desayuné empezarían a mitigar la baja temperatura del exterior.

Voy a hacer una mención sobre algo de la música que escuché desde temprano porque me hizo sonreír ampliamente. ¿Canción con la que arrancaba el día?: Vivir mi vida, de Marc Anthony. “¿En serio? ¿Así va a pintar el día de hoy?”. Parece ser que sí, que el día y yo estábamos en la misma sintonía. La vida es vida.

♫♪ Voy a reír, voy a bailar
vivir mi vida la la la la
voy a reír, voy a gozar
vivir mi vida la la la la ♫♪

Hasta el final del día me la pasé festejando. Cerré con unas últimas mañanitas y un pastel que no me esperaba. Calor en todos los detalles de ese día tan frío, calor, cariño.

Al día siguiente, el asombro aparecía en el cielo, azul azul, despejado y con un sol que parecía anunciar buenas nuevas aunque las cosas puedan ponerse duras en algún momento del año. Y los más cercanos saben que, de algún modo, así será.

Gracias, vida. Gracias, Dios.


Créditos de la fotografía:
Magic sunset by Victor JMelo

No lo sé

Sin título

No sé cómo es que decidí hacer una pausa tan grande, no lo sé. Sé qué la propició y, de algún modo, sé que fue un acto de rebeldía como respuesta a ese acontecimiento. No estoy segura de si rebeldía es la palabra que mejor lo describe, basta con saber que mi decisión fue enmudecer… o partir . Y creo que me alejé lo suficiente.

Crucé desiertos; viajé anónima. Me hice de nuevos silencios y escuché otras voces para no regresar con las manos vacías.

No recuerdo cuántas lunas acompañaron mi silencio, ni cuántos soles entibiaron mi cabeza y mi corazón. No los iba contando.

No sé qué viernes o qué lunes ya quería traerme de vuelta. Y heme aquí.

A veces, las penas que nos alejan siguen ahí; ahora hay que mirarlas con otros ojos. Al menos, yo así voy a mirarlas. Tal vez ya tocaron todo lo que debían haber tocado y ahora buscan acomodo entre todas las cosas vistas y oídas durante la ausencia, entre las nuevas ocupaciones y los nuevos deseos.

Regresé porque, de pronto, todo me pareció extraño; porque el mañana se asomaba todos los días a alborotar mis ideas y mis conformismos. Y aquí estoy, caminando de nuevo lentamente.

Es probable que también me haya hecho regresar el miedo a  no reconocerme.


Crédito de la fotografía:
dell’Orologio (detalle)
Fotografía de kukudrulu

 

No más jungla, pensando en mis propósitos para Año Nuevo

En algunos momentos he deseado tener a la mano una varita mágica para desaparecer unos cuantos de los automóviles que circulan mientras yo orbito, montada en mi nave, por los distintos rumbos de esta caótica ciudad. Ante el disparatado aumento de vehículos en tránsito, hoy entiendo que sería mil veces más fácil mudarme al interior de una nuez.

Pocas cosas me logran poner de pésimo humor. El tráfico es la número uno. Indiscutible. Y si no me creen pregúntenle a mi hijo que lleva ya algunos años escuchando mis mentadas de madre. Si me contuve durante la mayor parte de su niñez fue porque no quería que él se expresara de modos groseros. Una vez que aprendió, con sus compañeros del colegio, la versión corregida y aumentada del lenguaje soez que yo conocía hasta ese entonces, ya no era necesario fingir por más tiempo. Así que llegó el tan ansiado día de expresarme con soltura ante la increíble capacidad de algunos para hacer desafiantes maniobras con sus coches, como si se tratase de una sesión alocada de ejercicios dentro de una esfera para hamsters (aunque casi podría jurar que esos tiernos roedores son mucho más civilizados).

El problema vendría después cuando la refinada imagen que mi hijo tenía de mí -esa de Lady Di al estilo chichimeca-  se hacía humo mientras yo echaba chispas. Todavía recuerdo su rostro lleno de asombro.  Puede ser que, hasta cierto punto, le hayan parecido graciosos mis embrutecidos enojos. Pero sólo habrá sido cosa de un año. Ahora le aterra la sola idea de que alguno de esos chimpancés motorizados decida agarrarme a platanazos en respuesta a mi osadía.

Es por eso que se hace urgente y necesario que incluya en mi lista de propósitos para el 2014 un cambio de actitud. Llevo ya 4,352 intentos sin éxito alguno. No obstante, seguiré tratando. Digo, tampoco es que mi sino deba parecerse al del Pato Lucas ¿verdad? Si vemos que llega el mes de marzo y no lo consigo,  me mudo a una nuez.

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Mirando mundos secretos

Desde que yo compartiera en Facebook algunos de los cuadros que me gustan, una amiga recién me dijo que ella me relacionaba con uno de Edward Hopper: “Compartimento C, coche 193”. Como a ella le gusta el arte, es su manera de evocar a las personas. Y pienso que es un bello modo de hacerlo.

compartimento c, coche 193 - Edward Hopper
Compartimento C, coche 193 – Edward Hopper

No es el único cuadro que me gusta de este pintor estadounidense, pero éste en particular me atrae por distintas razones. La principal es el silencio que parece envolver a la mujer del cuadro, única protagonista. Viaja sola. Viaja. Es probable que alguien la espere en algún lugar. Al parecer soledad y silencio son transitorios, pues no hay ningún asomo de inquietud.

Lee. Bien puede ser una revista o una guía turística. Si se tratase de la segunda, quizá se deba a que continúa planeando su viaje para no dejar a la suerte la travesía entera. ¿Será para ahorrarse molestias o para aprovechar lo mejor posible el tiempo? Entonces leer se convierte en algo así como vislumbrar el futuro a la luz de la serenidad. Tal vez empieza a saborearlo.

Pero también hay mucho para disfrutar del otro lado de la ventanilla. Es otro tipo de lectura. El paisaje lleva rato corriendo tras el cristal y ella aún no lo mira. No puedo juzgarla, ni siquiera interrumpirla con mi perspectiva. Abstraerse en su lectura pudiera ser su modo de entender el sosiego y el paisaje sea sólo la metáfora del pasado que ella no quiere mirar por ahora. Yo sólo soy quien observa, o una más de las personas que lo hacen, y debiera ajustarme al silencio que impera. Se antoja recrear diálogos, traer a colación a posibles personas en su vida, pero seguramente estaría trayendo las mías. Aquí lo que interesa es que ella sea la que hable. O la que calle.

Por último, acentuaré la sobriedad del cuadro en sus formas, en el número de elementos y de colores. Eso es algo que también me agrada de él. Pone el pretexto justo para descansar, incluso del ruido visual al que estamos acostumbrados. La obra y yo nos hacemos una misma en el color verde que predomina. Soledad, silencio, sencillez. Por hoy, éste es mi viaje.