En algunos momentos he deseado tener a la mano una varita mágica para desaparecer unos cuantos de los automóviles que circulan mientras yo orbito, montada en mi nave, por los distintos rumbos de esta caótica ciudad. Ante el disparatado aumento de vehículos en tránsito, hoy entiendo que sería mil veces más fácil mudarme al interior de una nuez.
Pocas cosas me logran poner de pésimo humor. El tráfico es la número uno. Indiscutible. Y si no me creen pregúntenle a mi hijo que lleva ya algunos años escuchando mis mentadas de madre. Si me contuve durante la mayor parte de su niñez fue porque no quería que él se expresara de modos groseros. Una vez que aprendió, con sus compañeros del colegio, la versión corregida y aumentada del lenguaje soez que yo conocía hasta ese entonces, ya no era necesario fingir por más tiempo. Así que llegó el tan ansiado día de expresarme con soltura ante la increíble capacidad de algunos para hacer desafiantes maniobras con sus coches, como si se tratase de una sesión alocada de ejercicios dentro de una esfera para hamsters (aunque casi podría jurar que esos tiernos roedores son mucho más civilizados).
El problema vendría después cuando la refinada imagen que mi hijo tenía de mí -esa de Lady Di al estilo chichimeca- se hacía humo mientras yo echaba chispas. Todavía recuerdo su rostro lleno de asombro. Puede ser que, hasta cierto punto, le hayan parecido graciosos mis embrutecidos enojos. Pero sólo habrá sido cosa de un año. Ahora le aterra la sola idea de que alguno de esos chimpancés motorizados decida agarrarme a platanazos en respuesta a mi osadía.
Es por eso que se hace urgente y necesario que incluya en mi lista de propósitos para el 2014 un cambio de actitud. Llevo ya 4,352 intentos sin éxito alguno. No obstante, seguiré tratando. Digo, tampoco es que mi sino deba parecerse al del Pato Lucas ¿verdad? Si vemos que llega el mes de marzo y no lo consigo, me mudo a una nuez.