No más jungla, pensando en mis propósitos para Año Nuevo

En algunos momentos he deseado tener a la mano una varita mágica para desaparecer unos cuantos de los automóviles que circulan mientras yo orbito, montada en mi nave, por los distintos rumbos de esta caótica ciudad. Ante el disparatado aumento de vehículos en tránsito, hoy entiendo que sería mil veces más fácil mudarme al interior de una nuez.

Pocas cosas me logran poner de pésimo humor. El tráfico es la número uno. Indiscutible. Y si no me creen pregúntenle a mi hijo que lleva ya algunos años escuchando mis mentadas de madre. Si me contuve durante la mayor parte de su niñez fue porque no quería que él se expresara de modos groseros. Una vez que aprendió, con sus compañeros del colegio, la versión corregida y aumentada del lenguaje soez que yo conocía hasta ese entonces, ya no era necesario fingir por más tiempo. Así que llegó el tan ansiado día de expresarme con soltura ante la increíble capacidad de algunos para hacer desafiantes maniobras con sus coches, como si se tratase de una sesión alocada de ejercicios dentro de una esfera para hamsters (aunque casi podría jurar que esos tiernos roedores son mucho más civilizados).

El problema vendría después cuando la refinada imagen que mi hijo tenía de mí -esa de Lady Di al estilo chichimeca-  se hacía humo mientras yo echaba chispas. Todavía recuerdo su rostro lleno de asombro.  Puede ser que, hasta cierto punto, le hayan parecido graciosos mis embrutecidos enojos. Pero sólo habrá sido cosa de un año. Ahora le aterra la sola idea de que alguno de esos chimpancés motorizados decida agarrarme a platanazos en respuesta a mi osadía.

Es por eso que se hace urgente y necesario que incluya en mi lista de propósitos para el 2014 un cambio de actitud. Llevo ya 4,352 intentos sin éxito alguno. No obstante, seguiré tratando. Digo, tampoco es que mi sino deba parecerse al del Pato Lucas ¿verdad? Si vemos que llega el mes de marzo y no lo consigo,  me mudo a una nuez.

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Soy chica alborotada

El motor de la memoria musical tiene algo de extravagante. No es queja, sólo observación.

O ¿qué puede tener de normal que cierta tarde me encuentre con la sorpresa de escuchar varias canciones que me han dedicado los hombres con quienes he tenido alguna relación amorosa, como si se tratase de alguna confabulación entre radiodifusoras? Por supuesto, pasan frente a mí recuerdos de cuatro etapas distintas de mi vida. Ríos enteros de remembranzas que pueden ir de lo tormentoso a lo sublime.

Otro día, de la misma semana, basta con oír a un par de pequeñines coreando alguna canción de Luis Pescetti para que el corazón se sonría en tierna complicidad y empiecen a orbitar en derredor mío quince años de camino al lado de mi hijo. No puedo alocarme en mi alegría porque mi querubín surca los tempestuosos años de la adolescencia (todos sabemos que cualquier cosa puede ser señalada como cursilería y acabar en drama). Qué rápido avanza la vida.

Ayer fue un sábado melodioso y le tocó el turno al rock and roll en español de los años 60. Vinieron a la memoria tardes enteras de mi infancia oyendo los discos de mi madre. Me asombra cómo todavía vibra algo en mi interior al escuchar aquellas canciones. Lo irónico es que aprendí a bailarlas mientras transcurrían mis años universitarios y mis oídos los prestaba a otros ritmos y a otras expresiones (trova, diferentes estilos de rock y un poco de pop). Ahora hago catarsis entre giro y giro. Mi cuerpo se vuelve seda entre las manos de quien me sabe conducir.

Ni me apresuren en decidir cuál es mi canción favorita de aquel entonces porque lo veo difícil.  Aunque sí hay cuatro en concreto que me provocan lanzarme a la pista sin vacilar: “Chica alborotada”, “Pólvora”, “La plaga” y “Presumida”. ¡Madre santísima! Ya me estarían llevando a confesar si hubiera sido una adolescente rocanrolera de aquella época. De la que me salvé 😉

Más allá del aroma

No sólo en un jardín podemos encontrar quietud y refugio, está también la serena y dulce fragancia de una taza de té de jazmín. ¡Ah! Imposible no desconectarse de los asuntos que nos inquietan.

¿Dónde se encuentra mi mente en tanto la taza entibia mis manos? En el exquisito regalo de la tarde que huele a flor, a vida. En ningún otro lugar.

El rayo de sol que sutil atraviesa por la fina abertura de la cortina es un cómplice silencioso de tan placentero momento.

Dicen los conocedores que este té reporta grandes beneficios para la salud. Lo creo a pie juntillas. En cuanto a sus atributos:

  • Combate el estrés y la ansiedad.
  • Ayuda a conciliar el sueño.
  • Es antidepresivo.
  • Reduce los dolores de cabeza.
  • Fortalece el sistema inmunológico durante los meses fríos.
  • Elimina toxinas.
  • Es un remedio eficaz contra la fiebre.

Definitivamente, soy amante del té; y el de jazmín lo considero entre mis favoritos 😉

Sorbo a sorbo

 Es una fresca mañana en el café donde suelo desmenuzar la vida. Por ahora sólo intento descansar unos cuantos minutos, que vistos desde la concurrida mesa de enfrente parecerán más una hora de solitarios sorbos.

Hace ya varios años seguía yo los caminos de los árboles y por eso vine a dar con este rinconcito de quietud; nada que ver con las ruidosas cadenas de café que abundan en la ciudad.

Aquí la espera es alentadora. Es probable que en cada minuto que intente llenar descanse una mariposa. Nótese cómo sueño al compás de mis palabras. Es uno de los tantos efectos benéficos que produce este lugar en mi persona.

Aquí el verde tiene otra cadencia y el viento levanta mucho más que sólo polvo y hojas. Todo fluye, todo embona. Aquí es aquí y ahora es ahora.