Lobo, ¿estás ahí?

Son muchas las maneras de evocar los primeros años de vida, casi todas infalibles. Al parecer el recuerdo de aromas es más intenso que el de imágenes o sonidos. Si bien es así, mi memoria viaja más plácidamente a través de estos últimos.

No podía ser de otro modo si el territorio de mi infancia estuvo poblado de cantos y juegos con mi madre, hermana, amigos, primos, vecinos y hasta con unas religiosas allegadas a la familia. ¿Podría alguien imaginar dichos actos como pérdida de tiempo? En la actualidad pareciera significar una especie de incomodidad para los padres.

Yo recuerdo regresar del parque con los pulmones llenos de aire de tanto gritar y reír, después de enfrentarme a serios peligros ante los maravillosos animales de cemento que se encontraban ahí reunidos en círculo. El puente colgante era el pasaporte mágico a otros reinos donde confluíamos varios niños que, sin conocernos, sabíamos de encantamientos y los compartíamos entre nosotros. Más de uno llegaba a casa con dragones y caballos bajo el brazo, aunque nuestros mayores no fueran capaces de verlos. Está claro que regresábamos con mucho más que simple mugre.

Escribo y coreo simultáneamente: “Jugaremos en el bosque, mientras el lobo no está, porque si el lobo aparece a todos nos comerá.” Casi puedo asegurar que algunos de ustedes se integraron mentalmente a la ronda. A fuerza de haberla repetido cientos de veces es imposible olvidarla.

Se entiende que la repetición es primordial para dominar habilidades, establecer las primeras conexiones neuronales, fortalecerlas y afianzar cualquier conocimiento, no sólo el lenguaje. Todos pasamos por ello cuando chicos. Lev Vygotsky sostenía que a través del juego los niños interiorizan los valores y las pautas culturales, los roles sociales y las habilidades para establecer vínculos interpersonales.

En mi bagaje de canciones pueriles guardo por lo menos una docena que me ha permitido convivir con diversos chiquillos traviesos a lo largo de mis años de adultez.

Dónde empieza y termina la infancia no es una cuestión de números, ni de fechas precisas en la línea del tiempo, ni de indicadores que denoten cierta madurez psicológica y biológica. Yo volví a vivirla cuando acompañé a mi hijo en sus tiernas aventuras y cada vez que entonábamos a todo pulmón el repertorio de Luis Pescetti. Entonces los temas principales eran otros: mocos, calzones que son como un arma nuclear, chanchos en el chiquero, fantasmas verdes y vampiros. Y aunque ya no somos pequeños, coincidimos en el regocijo musical muy a menudo.

Lobo ¿estás ahí?